Los puertos en latitudes altas (noruega, islandia, escocia, canadá...) siempre tienen un aire enigmático y fantasmal, y si se trata de enclaves portuarios donde hace unas décadas la actividad era frenética debido a la pesca del arenque o bacalao, aún más.
A lugares como Djúpivogur me refiero. Este pueblo, junto a los situados más al este como Stödvarfjördur, Fáskrúdsfjördur, Reydafjördur y Eskifjördur, simbolizan como pocos el ya extinguido pasado pesquero de Islandia. El arenque y el bacalao como símbolo del motor de un país de gran actividad geotérmica, de gran potencial naturalístico, pero de pastos poco fértiles y aislamiento territorial debido a su posición más cercana a Groenlandia que a Europa. Por ejemplo, entre 1850 y 1914 faenaron en la zona de Fáskrúdsfjördur hasta 5.000 franceses, y no es de extrañar encontrar en nuestra tierra algun vasco o navarro que trabajó algún verano o algunos añitos en la isla para aprovechar los años dorados de la pesca. Todo ello ha ido a menos debido sobretodo a la sobrepesca masiva de los años 80 del siglo pasado, que menguó la biodiversidad y esquilmó la capacidad de regeneración de las especies marinas.
Todo ello explica que en esta localidad donde pernocté en mi sexta noche, y cuyo patrimonio arquitectónico principal es Langa-Búd, una casa del 1790 construida en madera y de alegre color rojo-castaño (actualmente centro cultural del pueblo), rezume un aire de isolación y de silencio pétreo. Una mezcla extraña cuando esta sensación te invade en pleno agosto, sin poder imaginar como puede ser aquello en invierno.
Esta sensación se repetirá en otras localidades costeras que visité sobretodo en la ruta del 2009 (cuando recorrí la península de Vestfirdir, donde la pesca es el único pretexto económico ante una latitud harto hostil). Imaginar por tanto la vida en estos lugares en invierno no es nada fácil.
La mañana siguiente vuelvo a tomar el bus hasta Egilsstadir (la ciudad más grande del este de Islandia). Serán 145 km pasando por Breiddalsvík, el valle precioso de Breiddalsheidi y un puerto de montaña exigente antes de encarar la bajada hasta Egilsstadir por Sudurdalur y Skriddalur. Sigue siendo la road n. 1 pero en su vertiente más montañosa, y con tramos sin asfaltar. Normalmente si no dispones de un mapa con cotas topográficas, la aparición de un símbolo de refugio (cabaña de color rojo), ya debe hacerte sospechar que pronto o tarde toca puerto de montaña.
Una etapa por cierto, que si se hace pedaleando, necesita de buenas piernas, pero que depara un paisaje muy fotográfico, algo que desde lo alto de un bus a trote de caminos de tierra no permite grandes licencias.
Por cierto, cargar la bicicleta en un bus requiere de pago por suplemento (unos 6-8 euros) y no necesita ir embalada. Para los que viajéis en grupo, no sé si hay un límite máximo de bicicletas por trayecto, pero la compañía que suele hacer estas rutas por esta zona es Trex. Más info en www.bogf.is o llamando localmente al 551 11 66.
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