Ante mi pregunta de si el invierno era llevadero a nivel anímico, la chica que encontré en la recepción del camping de Fosshóll me dijo que le gustaba el invierno en el norte de la isla, ya que aunque todo estaba nevado la mayor parte del tiempo, por la noche el cielo se mantenía negro como el carbón, lo que reforzaba la visibilidad y la atracción mística de las estrellas. Pensaba en ello cuando entré bajo el umbral del refugio de Nyidalur, tras el periplo bicicleta+jeep de toda la mañana.
Desde Nyidalur, situado en el bello centro de isla, seguro que pueden verse 1001 estrellas durante el largo invierno que se cierne sobre éste: de hecho sólo está abierto dos meses al año. Me recibe el cordial Sykkir, un chaval esbelto con ironía británica y peculiaridad islandesa. Se encarga de este refugio de madera, como los de alta montaña, pero a diferencia de que ahora nos encontramos a unos 800 m de altitud. A este refugio van a parar todos los que recorren de sur a norte, o viceversa por la F26, así como los aventureros que vienen de Askja por la F910. Mención especial merece esta última ruta, que buena parte de la senda que discurre al lado del glaciar Dyngjujökull, se tiene que recorrer a pie empujando la bici sobre un labrado campo de lava, y en la cual la falta de agua y los rigores del clima la convierten en un trazado incluso peligroso: han fenecido algunos aventureros en el intento.
Nyidalur es un buen punto de descanso también para pescadores que aprovechan las cristalinas aguas de esa zona, con el Jökulsá y el Fjórdungakvísl para pescar salmones y truchas. Curiosamente me encontré un pescador local que me regaló un par de truchas recién pescadas, con la mala pata que con el cansancio no pensé que lo más sensato era aprovechar la cocina del refugio para freírlas y después comérmelas en los días venideros (la temperatura de la zona, unos 5-6 grados, si mal no recuerdo, lo hacía factible).
Pues, sabe mal freírlos decirlo, pero 3-4 días más tarde tuve que tirarlas, algo que siempre he recordado con acritud.
En el refugio pasé unas 4 horas, esperando que pasara la lluvia. Antes del anochecer los primeros claros afloraron en el horizonte, lo que aproveché para pedalar unos 5 km y pasar la noche en un descampado similar a la noche anterior. Sigo pues con la firme intención de pasar la mayor parte del tiempo alejado de todo contacto humano.
Me voy a dormir pensando que lo peor ha pasado, pero el día 25 de agosto, y tras cerca de 875 km por la isla, me depara una sorpresa inesperada y desagradable. Más en el próximo capítulo.
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