20.3.11

Rumbo a Vesturland

Contaba en el anterior post la imposibilidad de cruzar el puente debajo del mar en la boca de la bahía de Hvalfjördur, y esos más de 60 km extras que se deben pedalear alrededor de dicha bahía. Sin embargo, dicho rondo no resulta en vano, ya que las inmediaciones de esa zona son especialmente bonitas, por un lado, con la presencia de la desembocadura del río Botnsá y sus salmones slatando a contracorriente (parece ser que es uno de los ríos favoritos de los pescadores de la zona; me quedé sentado unos 20 minutos, y cada minuto veía un par o 3 saltando), así como el paisaje pseudo-industrial, y en Islandia, muy poco corriente fuera de la capital, al encontrarme con una zona de almacenamiento de combustible para barcos en Hrafnabjördur, antiguo campamento y base norteamericana, de la que quedan los barracones, ahora habitados por hogareños y las inmensas tinas de combustibles que a lo alto de la colina y a nivel del mar dan un aire algo excéntrico a esa zona. En Katanes también hay una zona industrial, creo que pesquera, aunque no lo corroboré de cerca.

En el mismo trayecto alcancé un polaco ciclista que no iba muy bien equipado, pero que la edad (bastante más joven que yo y el entusiasmo por sus primeras vacaciones en la isla, seguro que le dieron alas durante almenos durante los primeros días (llevaba 3 o 4 días en la Islandia). De hecho me contó que no tenía mucha experiencia previa con cicloturismo y que pensaba quedarse un par de meses. Por momentos lo compadecí, pero nunca más supe de él.
Pasé la noche a unos 10 km al norte de Katanes, rodeado de caballos y con una puesta de sol bellísima.
Al levantarme mis ojos estaban rojos como tomates, barridos por el viento y la luz solar clara de los primeros días (algo que ya me pasó en el 2007). Para los especialmente sensibles, llevarse un colirio para hidratar corneas no es descabellado.

Proseguí e hasta Borgarnes, ciudad donde aparte de visitar su concurrido banco de ahorros y comprar comida (hay un par de supermercados grandes, si mal no recuerdo), resultó el punto de abandono de la ruta n.1, y de los coches podríamos decir, para proseguir vía ruta 54 hacia la inmensidad de Vesturland, una península de viento generoso y que culmina en su extremo con el embriagador Snaefellsjökull.
La cuarta noche la pasé en Ölkelda, cerca de una granja. En total 330 km desde que salí del aeropuerto de Keflavík, y con un invitado nocturno de excepción: un viento que de lo fuerte y constante que sopló me llegó a asustar.

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