16.12.11

Stokkseyri

Es curioso el número de referencias explícitas a Sigur Rós en este viaje... Quizá el 2007 vino más marcado por múm.
Tras el último intento frustrado en Gamla Borg, y tras pasar la noche en el camping de Selfoss, me levanto para afrontar mi penúltimo día en la isla. Poco antes de marchar de la ciudad, se me cae al suelo la cámara de fotos que me dejó mi madre (upps!), de manera que el zoom queda bloqueado, aunque el aparato aún funciona y me permitirá hacer las últimas fotos.
A 10 km al sur se encuentra el desvío de Stokkseyri, el pueblo marinero donde reside Jónsi, el cantante de la banda, y su pareja Alex Somers, que lleva todo el artwork (a fecha de hoy, 28 meses después, desconozco si aún viven allí). También por esa zona hay una de las pocas prisiones de la isla, a esperar bastante vacía, dado que Islandia sigue siendo considerada como uno de los países más pacíficos del mundo.
La entrada a Stokkseyri es emotiva, ya que lo hago en el iPod al compás del tema del mismo nombre, registrado en el álbum que parieron ellos dos en el 2009, como Riceboy Sleeps. Un tema que empieza con el vaivén evocativa de un piano y coros espectrales como telón de fondo, y que asocio cada vez que escucho a la zona porteña de ese pueblo, en el que pude pasar un rato. Un lugar algo solitario, batido por la marea y ese paisaje de rocas-algas tan propio del Atlántico. Allí donde sólo encontré un perro...
Un pueblo sembrado de casas unifamiliares con su terrenito, pero con muy poco tráfico, y donde la gasolinera y el pequeño snack bar del centro eran los únicos puntos de contacto para preguntar por uno de los inquilinos más ilustres del pueblo.
Ese día me venció de nuevo la timidez... Más que timidez fue respeto hacia unos artistas, que aunque famosos, prefieren la entropía de la isla a mostrarse en público (recuerdo que cuando entrevisté la banda en ese lejano año 2000, el único que hablaba un inglés medianamente bien era el bajista; el resto se escondía bajo el rubor y la juventud). Con los años Sigur Rós se han sacado el miedo de las orejas, han llenado grandes aforos, han musicado multitud de anuncios y/o programas de televisión (¿tiene TV3 y C33 sólo los CDs de los Rós en su discoteca?). Pero en el fondo sé que Jón Pór Birgisson y Alex Somers lo último que esperan es encontrar un ciclista con casco delante de su casa en un pueblecito de la zona más templada de Islandia.
Me fui sin saludarlos, y menos sin saber donde vivían, pero acepté la derrota sin sinsabor. A veces es mejor una retirada a tiempo...
Y me dirigí de nuevo por una ruta ya conocida, esa pista de tierra tan poco transitada que une Eyrarbakki con Grindavík. Esta vez en sentido inverso respecto el 2007.

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